Marcelo Reyes Alonso (1964-2008)

 

 Homilía Misa de Funeral de Marcelo Reyes Alonso fallecido el + 13 de Abril de 2008.

Para quien cree que Cristo ha sido resucitado, y venciendo la muerte es el Señor de la vida, la experiencia del dolor y la cruz es leída desde la esperanza en la propia resurrección, de tal modo que aunque no estamos exentos de sufrir podemos contemplar al Resucitado y mirando de cara a la muerte proclamar con San Pablo, llenos de alegría y valor, “¿dónde está muerte tu victoria, dónde tu aguijón?” Y sin embargo, la muerte no nos deja de doler. Creer en la vida eterna no es en ningún caso una invitación a mirar la cruz como si fuese un acontecimiento tangencial en medio de una existencia marcada por el gozo. Muy por el contrario, creer significa asumir la vida integrando tanto aquellos episodios plenos de quietud y gozo como ésos otros, portadores de sin sentido, frustración e impotencia, que evidencian nuestra condición de creaturas, siempre deseando encontrarnos con el Infinito, y siempre rozando la distancia entre el deseo y la realidad. Es en esta paradójica situación que la fe no sólo es vivida como esperanza que anima el peregrinar cotidiano, sino como amor que se levanta de la muerte, de la enfermedad y del sufrimiento, para buscar, encontrar y dar sentido a la propia humanidad y al mundo que vamos tejiendo al pasar los años. Sólo en este acto de fe es posible concluir que la vida es bella, que vivir consiste en amar entregándonos como oblación en todo cuanto somos y hacemos. Y esta Comunidad Educativa ha aprendido a descubrir su fortaleza en aquella sabia integración de quebranto y alegría. Lo que marca nuestro espíritu de familia es precisamente esta capacidad, casi innata y desde sus orígenes, para hacer del sufrimiento ajeno una herida padecida en la propia carne. Únicamente en esta natural comunión pueden encontrar eco las palabras de Jesús, que nos invitan a contemplar en quien yace herido nuestro propio rostro; las de San Pablo exigiendo a sus comunidades ser imitadores suyos como él lo es de Cristo; y las de Antonio María Zaccaría recordándonos que el afán barnabita no consiste en otra cosa que en correr como locos no sólo hacia Dios sino también hacia el prójimo. Marcelo es hoy ese hermano nuestro herido y caído. Y así como él aprendió y supo ser prójimo, es decir, atención cercana y oportuna para los suyos, para sus alumnos, compañeros de trabajo, apoderados y amigos, hoy somos nosotros quienes anhelamos ser compañía hacia su encuentro definitivo con Dios. Marcelo Patricio, hijo de Lisandro Reyes Medina y de Luisa Alonso, nació en San Vicente de TT el 3 de Marzo del año 1964. Es el menor de seis hermanos. Ingresó como alumno a esta familia barnabita del Colegio El Salvador el año 1970, y como profesor de Historia y Geografía el año 1988. Casi al finalizar la década de los 90 conoció a Erica, con quien contrajo matrimonio en Marzo de 1999. Tres son las hijas a quienes Marcelo amó con ese corazón de hombre bueno reflejado en su rostro: Constanza, Marcela y Javiera. Pero además de ellas, se duelen también por su partida sus alumnos, esos otros hijos que todo profesor va engendrando en la medida en que guía, orienta y se desvela por ellos. Su vocación de servicio a los jóvenes conoció, también, la mística del escultismo, participando del Grupo San Jorge, ya sea como miembro activo, ya sea como dirigente, entre los años 1977 y 2002. Es difícil retratar a un hombre que en breves años de existencia marcó a tantas personas, como lo evidencian las numerosas muestras de afecto de las que hemos sido testigos, especialmente desde aquel noviembre de 2007 cuando supimos de su grave enfermedad y hasta hoy. Los testimonios y comentarios recibidos son la mejor síntesis de su vida. Y si bien sabemos que jamás podremos dar cuenta total de un hermano, sí podemos hacer el intento de agradecer a Dios por algunos especiales y particulares dones recibidos a través de Marcelo. Y el primero de ellos es su vocación. La tarea docente es requeridora no sólo de las competencias propias y conocimientos específicos de la disciplina impartida, sino de ciertas cualidades que la hacen una de las más exigentes en entrega y servicio, pues quien no está dispuesto a desvelos, frustraciones, incomprensiones; quien no está dispuesto al abandono o a la soledad de tirar carretas que aparentemente nadie sigue, no está capacitado para esta vocación. Marcelo vivió como un convencido de que todo éso vale la pena ser soportado para lograr que un joven descubra que su vida es mucho más valiosa de lo que él mismo pueda sospechar, y que el sentido de ésta lo descubrimos sirviendo a los demás. La vocación de Marcelo estuvo marcada por saber escuchar a sus alumnos, por estar con ellos y servirles, incluso cuando ellos no deseaban ser servidos. Tenía muy claro que la perseverancia al frente de un curso rinde sus frutos si ésta se traduce en atender hasta los mínimos detalles. En noviembre, al despertar de la operación, una de sus primeras preocupaciones fue su curso y los alumnos atendidos por él. Este sólo gesto indica el modo cómo había asumido su vocación. No fue fácil hacerle ver que su ausencia no era irresponsabilidad de su parte, ni que sus alumnos lograrían cumplir las metas que juntos se habían propuesto. Pero en la vida de un hombre no hay entrega ni pasión si no hay esperanza que la anime y sostenga. Marcelo nos dio testimonio, y principalmente en su enfermedad, sobre cómo sonreír a la vida y ganarle a la muerte aunque todo parezca decirnos lo contrario. Quien vive con esperanza vence la muerte. Esperar significa no renunciar jamás a la convicción de vivir para servir. Marcelo nunca renunció al anhelo de retomar sus actividades. Esperar es trabajar. Y a quien así espera y trabaja, la muerte no le vence, pues el fundamento de esa esperanza no es la razón, ni tampoco la ilusión en un posible futuro mejor, sino el Cristo de pie ante la tumba. Marcelo no esperó en Dios para verse libre de la enfermedad, sino para seguir amando y sirviendo. Por eso es que su deseo está plenamente colmado, sólo que a veces el modo cómo calculamos, vemos y proyectamos la historia no coincide en nada con la forma en que Dios la conduce y nos ama. Marcelo dejó esta tierra el día en que la Liturgia nos traía a colación las palabras de Jesús a su pueblo: “Yo he venido para que las ovejas tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Y la dejó deseando participar en la Eucaristía que sería celebrada en éste su Colegio. La fe auténtica descansa en dos pilares fundamentales. El primero, en dejar a Dios ser Dios aunque en ocasiones nos gustaría a nosotros ser Dios. El segundo, en jamás dudar de que Dios nos ama hasta entregar su vida por rescatarnos de la muerte. Pero un amor entregado en cruz sólo es creído desde el amor. La razón no alcanza para entender el amor de Dios, como tampoco para entender el amor de una madre y una esposa que, más allá del dolor inmenso, siguen anunciando a sus hijos que la vida es hermosa y vale todo el desgarro de la humanidad. A Marcelo no sólo lo conocimos como profesor, sino además marcadamente como hijo, hermano, esposo y padre. No nos cabe duda de que de esa mujer simple, sabia, esperanzada, de forma débil y corazón fuerte, que es su madre, heredó la fe y la fortaleza, pero también el amor generoso entregado a su esposa e hijas. Hace poco tiempo nuestro Obispo Diocesano, Monseñor Alejandro Goic, nos recordaba que la vida de un hombre no se mide por los años, sino por lo que ese hombre ha hecho con sus años. Somos conscientes de que el vacío dejado por aquellos a quienes amamos es desgarrador e imposible de llenar, pero tienen delante de ustedes el testimonio de un hombre que sí supo lo que debía hacer con sus años, que nunca vivió preocupado por la cantidad de ellos, sino por darles verdadero sentido y sustancia. Este testimonio, llevado hasta el final de sus días, es la última lección de quien vivió para enseñar. Marcelo enseñó Historia, pero con los suyos, construyó su propia historia. A ustedes, ahora, la hermosa tarea de seguir dando vida y sumando nuevos capítulos a ésta su historia, esa que no encontramos en los libros, pero que hace de los hombres y mujeres, héroes y santos de verdad. Esta Comunidad Educativa, se conmueve al ver partir a otro de sus hijos, y como ocurre en todas las familias, algo de nosotros muere y resucita con él. También es nuestro deber recoger lo mejor de lo sembrado por Marcelo, especialmente de su afabilidad y respeto por las personas, de su comunión en el trabajo y el gusto por las cosas bien hechas. Su partida, no totalmente extraña para nosotros, que sabíamos de su gravedad, nos conmueve igualmente, pero también nos compromete a luchar por unirnos más como familia barnabita e hijos de este Colegio, especialmente cuando celebramos 60 años del espíritu y carisma de Antonio María en estas tierras. A veces con increíble facilidad ponemos en riesgo la comunión en la vida, en el trabajo o en la familia, en las grandes o pequeñas cosas. Saber valorar a las personas, especialmente a quienes amamos y con quienes compartimos un mismo ideal, conlleva el esfuerzo constante de abrigar y cultivar los lazos fraternos. A esto nos comprometemos como familia barnabita que somos, expresando de esta forma el aprecio y el respeto a Marcelo, cuyo mayor anhelo en el último tiempo fue estar en medio de esta familia, sirviendo a sus alumnos y compartiendo con sus amigos en el trabajo. Estimado Marcelo, esta Comunidad siente tu partida y agradece a Dios tu significativa existencia entre nosotros. Que Cristóforo Colombo, el Lobo Feroz, al igual que en tiempos pasados sea tu guía y compañero de viaje; que Antonio María Zaccaría, Fundador de la gran familia barnabita, interceda por ti ante Jesús; que María, la Madre de la Divina Providencia, te acoja en su regazo, como hijo; y que Jesús, el Buen Pastor, pronuncie tu nombre para que te levantes del lecho de la muerte y goces de la paz de los justos. 

Que así sea. P. Humberto Palma O., c.r.s.p

Discurso leído por Gustavo Aliaga en representación del G.S. San Jorge

Caía la tarde, en un día de tantos, bajo las lonas cocidas a mano por Colombo. Todo tu equipo de dirigentes trabajaba en las estrofas de la canción dedicada al viejo lobo que acababa de dejarnos; y en un momento de inspiración, agregaste los últimos versos: “Los que quedamos continuaremos la huella que él dejó, ahora sólo hay que seguir, promesa y ley cumplir”.
Esa frase te pertenece Oso Panda. Y no sólo porque surgió de tus labios y tu corazón. Es tuya porque engloba lo que fue tu vida: de rectitud, compromiso, entrega y servicio incondicional a los demás.
Ya lo decíamos hace dos años, ante el féretro de tu maestro Colombo, al entregarte el premio que lleva su nombre: tu trabajo imperecedero ha marcado a fuego la vida de muchos.
No queremos recordar sólo la vida del maestro de historia, queremos resaltar aquí la trayectoria del hombre que sintió tal pasión por la enseñanza, que dedicó por años sus horas libres, a profundizar en la construcción de hombres íntegros por medio del escultismo.
No es fácil en estos días donde el individualismo y hedonismo campean, encontrar personas que se ofrezcan a ese punto por el prójimo.
Y tú, en tantas horas de carpas, de fogón, de excursiones por cerros y bosques, de cocina al aire libre, de canto, de juego, de tertulia bajo las estrellas, de mirada severa y al mismo tiempo jovial y cariñosa, de voz suave y a la vez firme, de aspecto joven pero también de inmensa madurez. Nos enseñaste a todos que el “YO no basta, que es vacío sin el tú, sin el ustedes, sin el nosotros.
No quisiéramos dejarte marchar amigo. Quisiéramos volver a oírte gritar “San Jorge: siempre listos!!”. Quisiéramos compartir un café en la fría noche. Quisiéramos oír tu sabio consejo, tu palabra confiable, honesta y precisa. Acá, te recordaremos por siempre. Tu presencia se va con Dios y deja en la tierra a una familia maravillosa, cientos de alumnos agradecidos, una huella indeleble en quienes fuimos formados por tu persona, y la seguridad que algún día nos encontraremos en el paraíso.
Ahora sabemos que estás en un lugar mucho mejor que nosotros. Que has ido al encuentro de las guaridas del cielo. Que quizá compartes una charla larga con el Viejo Lobo. Y quién sabe. Quizá desde arriba armas una fogata para protegernos y guiarnos con tu calor. Sabemos que tenderás carpas en el cielo, y que desde arriba, serás junto a Colombo la luz que seguirá iluminando nuestro camino de ser siempre mejor. Puedes estar tranquilo. Hiciste las cosas muy bien en tu vida joven antes de ir al encuentro de Dios en el cielo. Por nuestra parte, sólo podemos decirte: “Los que quedamos continuaremos la huella que has dejado, ahora sólo hay que seguir, promesa y ley cumplir”.
Buena caza!
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